Los problemas de los jóvenes.

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A veces, cuando se habla de la vida de los jóvenes, se cae en la creencia de que solo viven para la fiesta y la diversión. Es fácil imaginar que su día a día gira en torno a salir con amigos, ir a conciertos y disfrutar de la libertad que supuestamente tienen. Pero la realidad es muy distinta, y más compleja. Los jóvenes, como cualquier persona, tienen sus propias preocupaciones, miedos y luchas internas. La presión social, los estudios, la incertidumbre laboral y los problemas económicos forman parte de sus vidas, a menudo creando una mezcla de ansiedad y frustración que no siempre se ve a simple vista.

La presión de la integración en grupos.

Uno de los primeros problemas que enfrentan los jóvenes es la necesidad de integrarse en grupos. Desde la adolescencia, la pertenencia a un grupo es una necesidad casi fundamental, ya que de ella depende en gran medida la autoestima y el sentimiento de aceptación. Sin embargo, no siempre es fácil, ya que cada vez estamos más interconectados y las redes sociales juegan un papel crucial, pudiendo resultar abrumadora la presión por encajar. No se trata solo de ser aceptado, sino de proyectar una imagen que esté a la altura de las expectativas de los demás. Esta constante búsqueda de validación externa puede llevar a la angustia y al desarrollo de inseguridades, especialmente cuando no se logra cumplir con esos estándares imposibles que, en muchos casos, se imponen desde fuera.

Además, no todos los jóvenes tienen la misma facilidad para hacer amigos o para mantener relaciones sociales, algunos pueden sentirse aislados, marginados o, simplemente, distintos. Esta sensación de no pertenecer a ningún lugar puede ser devastadora, provocando un sentimiento de soledad que, en ocasiones, se traduce en ansiedad o depresión. Aunque se suele decir que la juventud es una etapa dorada, la realidad es que, para muchos, esa etapa está llena de obstáculos que no siempre saben cómo superar.

Los estudios y las notas: una carrera de fondo.

Desde temprana edad, se les exige que saquen buenas notas y que se esfuercen al máximo para conseguirlo. Esta presión aumenta conforme van avanzando en su vida académica, especialmente en los últimos años de instituto. En España, la selectividad o EBAU es una prueba que determina, en gran parte, el futuro académico de los jóvenes. Pero más allá de la prueba en sí, está el estrés constante de mantener un buen expediente académico, de superar exámenes y trabajos que parecen no tener fin.

El problema es que, en muchas ocasiones, el sistema educativo no se adapta a las necesidades individuales de los estudiantes. Se les exige mucho, pero no siempre se les brinda el apoyo necesario. Los profesores, sobrecargados de trabajo, no siempre pueden ofrecer la atención personalizada que cada estudiante necesita. Esto provoca que algunos jóvenes, a pesar de esforzarse, no logren los resultados esperados, lo que genera frustración y una sensación de fracaso que puede afectarles a nivel personal y emocional.

La competitividad entre estudiantes también es un factor a tener en cuenta. En un entorno donde las notas son lo que más importa, no es raro que los jóvenes se sientan constantemente comparados con sus compañeros. Esta comparación puede llevar a una competencia insana, donde la colaboración y el apoyo mutuo pasan a un segundo plano. La presión por destacar y conseguir los mejores resultados puede ser tan intensa que algunos jóvenes acaban desarrollando problemas de ansiedad, lo que, paradójicamente, afecta negativamente a su rendimiento académico.

Requisitos para entrar en carreras o grados.

Después de superar la etapa del instituto y la selectividad, llega otro reto: entrar en la carrera o grado deseado. Aquí, las notas vuelven a ser clave, pero no solo eso. Las plazas en las universidades son limitadas, y no siempre es fácil conseguir la nota de corte necesaria para acceder a ciertos estudios. Esto puede llevar a los jóvenes a replantearse sus sueños y aspiraciones, ya que no siempre tienen la posibilidad de estudiar lo que realmente quieren.

Además, el proceso de admisión en las universidades no siempre es transparente o justo. En algunos casos, se valoran aspectos que no dependen únicamente del rendimiento académico, como actividades extracurriculares o cartas de recomendación. Esto puede perjudicar a aquellos estudiantes que, por diversas razones, no han podido acceder a estas oportunidades, ya sea por falta de recursos económicos o porque han tenido que centrarse exclusivamente en los estudios.

El hecho de no poder acceder a la carrera deseada puede suponer un golpe muy duro para los jóvenes. Ver truncados sus sueños antes de empezar puede generar un sentimiento de fracaso y de frustración que es difícil de superar. Algunos optan por cambiar de carrera, mientras que otros deciden repetir la selectividad para mejorar su nota. En cualquier caso, la incertidumbre y la presión que se vive durante este proceso es una carga emocional importante que no siempre se tiene en cuenta.

La experiencia laboral que no se puede conseguir.

Uno de los mayores problemas a los que se enfrentan los jóvenes cuando terminan sus estudios es la búsqueda de empleo. En un mercado laboral cada vez más competitivo, las empresas demandan experiencia previa para casi cualquier puesto de trabajo. Esto supone un gran obstáculo para los jóvenes que acaban de salir de la universidad o de un ciclo formativo, ya que, como es evidente, no han tenido la oportunidad de adquirir esa experiencia.

Esta situación genera un círculo vicioso: no se puede conseguir un trabajo sin experiencia, pero tampoco se puede obtener experiencia si no se consigue un trabajo. Algunos deciden realizar prácticas no remuneradas, pero esto no siempre es posible, especialmente para aquellos que necesitan ingresos para poder subsistir. Además, las prácticas no garantizan un empleo posterior, y en muchos casos, los jóvenes se ven obligados a encadenar prácticas tras prácticas sin lograr estabilidad laboral.

Como bien saben los profesionales de Canvis, esta situación provoca un sentimiento de impotencia y de frustración que puede afectar gravemente a la salud mental de los jóvenes. El hecho de ver cómo pasan los meses y los años sin conseguir un empleo estable, a pesar de haber dedicado años de esfuerzo a formarse, genera ansiedad y desmotivación. Asimismo, la presión social y familiar para conseguir un trabajo y ser independiente no hace más que aumentar este malestar.

La ansiedad que provoca todo esto.

La suma de todos estos problemas genera en los jóvenes un nivel de ansiedad que no siempre es fácil de gestionar. La constante presión por cumplir con las expectativas, ya sean académicas, sociales o laborales, acaba pasando factura. Los jóvenes sienten que tienen que ser perfectos en todos los aspectos de su vida: buenas notas, un buen grupo de amigos, una carrera prometedora y, si es posible, un trabajo estable. Pero la realidad es que es muy difícil cumplir con todos estos estándares.

La ansiedad se manifiesta de diferentes formas: desde la preocupación constante por el futuro hasta problemas físicos como el insomnio, dolores de cabeza o dificultades para concentrarse. En algunos casos, esta ansiedad puede derivar en problemas más graves, como la depresión o los ataques de pánico. A pesar de ello, no siempre se le da la importancia que merece. En muchos casos, los jóvenes no se atreven a pedir ayuda, ya sea por miedo a ser juzgados o porque no saben a quién acudir.

Los que ya tienen trabajo: sobrevivir con sueldos bajos y contratos basura.

Aquellos jóvenes que han conseguido superar todas las barreras y han logrado entrar en el mercado laboral no lo tienen mucho más fácil. Aunque se supone que tener un trabajo es sinónimo de estabilidad, la realidad es que muchos de estos empleos están lejos de ser ideales. Los sueldos bajos y los contratos temporales o a tiempo parcial son la norma para muchos jóvenes, que ven cómo, a pesar de trabajar, apenas llegan a fin de mes.

El empleo juvenil en España se caracteriza por la precariedad, ya que los contratos basura con condiciones laborales muy desfavorables son una realidad para muchos jóvenes. A esto se suma la falta de oportunidades de promoción y la poca estabilidad laboral, lo que impide a los jóvenes planificar su futuro. La incertidumbre sobre si podrán seguir en el mismo puesto de trabajo o si tendrán que buscar otro en pocos meses genera una gran inseguridad.

Por otro lado, los sueldos que se ofrecen a los jóvenes suelen ser bajos, lo que dificulta su independencia económica. Muchos se ven obligados a seguir viviendo con sus padres o a compartir piso con varias personas para poder pagar el alquiler. Esta situación puede resultar frustrante, especialmente cuando ven que, a pesar de estar trabajando, no pueden permitirse el lujo de vivir solos o de ahorrar para el futuro.

El alquiler: una carrera de obstáculos.

Encontrar un lugar donde vivir se ha convertido en una de las mayores preocupaciones para los jóvenes en España. El precio del alquiler ha subido de manera desorbitada en los últimos años, especialmente en las grandes ciudades, lo cual no solo afecta a los jóvenes que ya están trabajando, sino también a aquellos que estudian fuera de su ciudad natal. Muchos estudiantes se ven obligados a buscar alojamiento en residencias o pisos compartidos, lo que supone un gasto añadido a los ya de por sí elevados costes de la vida universitaria. Esto aumenta la dependencia económica de los jóvenes hacia sus familias, que en muchos casos no pueden permitirse hacer frente a estos gastos.

El problema del alquiler no se limita solo al precio, sino también a la falta de oferta. En algunas ciudades, encontrar un piso asequible y en buenas condiciones es prácticamente una misión imposible. Los propietarios suelen exigir garantías desproporcionadas, como contratos fijos o varios meses de fianza, lo que complica aún más el acceso a una vivienda.

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